Ustedes no se imaginan lo difícil que es reseñar o criticar cosas cuando tienes todo el mundo disponible para ello. Bueno, como están las weás, ahora el mundo no está tan disponible y si bien dispongo de una biblioteca bien premunida y variada, con un 40 y tanto porciento leído, una colección de discos piola y hartos recuerdos de la vida gitana, me da una paja tremenda recurrir al mundo físico y a la chucha, aquí va un review a mi alma mater en Coquimbo, el viejo y vilipendiado liceo Diego Portales, aka el A-8. Bacanes los nombres de armamento de la educación pública, gran tradición.
Una cosa rara de los buenos recuerdos es que no necesariamente deben estar edulcorados en su totalidad para que lo sean. Por ejemplo, tengo pésimos recuerdos de cuando llegué a ese liceo, de cuando continué en ese liceo y de cuando salí de ese liceo, pero tuve la suerte de que, con el tiempo, me hice de un grupo de amigos que hizo más tolerable las cimarras, los recreos y la salida de clases. Las clases per sé no, fui en puros cursos de mierda donde solo dos amigos me mantenían cuerdo. De hecho, ni me acuerdo como cresta sobreviví el primer año en que seguía siendo un extranjero (en términos absurdistas, obvio).
Un poco de historia y hechos antes de saltar en pelota a la piscina del recuerdo:
El liceo Diego Portales nace en 1955 como una iniciativa ciudadana de educar a los cientos de pendejos que pululaban su centro, posiblemente para evitar que sigan cogoteando a lomo de caballo, disfrazándose del hombre perro o copeteandose en la plaza de armas, entre otras tradiciones porteñas. Algo que pocos saben, como yo que no sabía, es que el liceo comenzó espiritualmente en el Insuco (donde entrai macho y salí nuc.. perdón, talla vieja, feliz día del orgullo LGTB+), hasta que el Rotary Club, el Club de Leones y otras asociaciones no masónicas hacen una vaquita y compran un terreno de 10 mil metros cuadrados con excelente ubicación, acceso al carretera, vista al mar y un pungente aroma a caleta. Sin contar con la visita ilustre de gaviotas y pelícanos.
Ya construido el liceo, la historia es fome. Luego llego yo.
Siguió siendo fome, no lo niego.
Antes de llegar al A-8, coincidentemente venía de un liceo vallenarino llamado A-7, por lo que los hados parecían auspiciosos al subirme el nivel. Craso error. Puta, que weón pensar eso si llegaba siendo nuevo a un tercero medio, a mitad del partido y conociendo a nadie más que mis amigos y compañeros de la básica de cuando vivía en Coquimbo (para cachar: Coquimbo-Vallenar-Coquimbo, ese es el ciclo). Aparte ninguno de mis compañeros/amigos iba en el mismo curso que yo, si las probabilidades en un liceo que tenía tercero medios de la A a la G eran super bajas. Así que chato de mis compañeros, las circunstancias y la vida, repetí ese curso.
Segundo tercero medio y mi mente se enfoca. Veo el panorama completo, la escena y la película, el árbol y el bosque.
A través de otros amigos o de vecinos, supe que el A-8 era el vertedero de la educación pública. Todo lo malo llegaba ahí y claro, si la matrícula era abierta y era un liceo inclusivo. Pero la misma mula me vendían en el de Vallenar y, si bien le achuntaron un poquito, no terminó siendo tan terrible como lo pintaban. De hecho, a mi hermana la cambiaron unos meses al industrial y vio correr cuchillos a la salida. Puro estigma a los liceos metralleta. Además el Diego Portales era pal hombre que aspiraba a la universidad y no quiso ir a uno técnico. De todas formas, quizás ninguno de los liceos a los que fui era un centro del conocimiento lleno de estudiantes bien peinados y con una pronunciación correcta, pero tampoco era un nido de yakuzas. No todos. Claro, habían psicópatas en mi curso y en los otros, como en cualquier liceo, supongo, y habían delincuentes reincidentes, pero muchos eran fruto de hogares horrendos. Conocí a uno, era una suerte de "amigo por alcance" al ser amigo del amigo de otro amigo, al que siempre agarraba pal webeo porque era chico y punga. Un día como cualquiera, en que no entré a clases y me quedé dibujando en el patio, se me acerca y después de una pasable conversa sobre profes y apuñalamientos, me muestra el arsenal de armas hechizas en su mochila. Esa clase de personajes no te los encuentras en la vida, no los conoces en un pub y se te hace amigo, no los conoces de verdad cuando eres cuico y vas a hacerle la casa al campamento ni los ubicas a la salida de un concierto. Los conoces ahí y en cierta forma agradezco haber compartido entre potenciales psicópatas y criminales ocasionales, porque fue ahí, aún a buena edad, en que los conocí por dentro. No voy a tirarme un discurso tipo Felipe Berríos ni nada, pero si lo veré por el lado de la sobrevivencia y puedo comprobar empíricamente que la enseñanza media pública me dio las herramientas para sobrevivir en las calles y saber responderle a un loco de pinta sospechosa cuando te machetea unas monedas. Al cogoteo no, para esa weá solo te prepara la cana. Si tení (mala) suerte, la pobla. Entonces, como les decía, los locos eran así porque otros weas fueron así antes que él y tenía que sobrevivir contra ellos. Los que vinieron después eran así de puro mono.
Otro elemento interesante observado en mi nueva fase fueron los profes, la mayoría ya en los cuarentas y cansados de la vida. Clásico en todas partes, pero en retrospectiva su pega aquí era mucho más pesada. Ya les conté como eran los estudiantes, como el pico. Y creo que en cualquier parte, continuar con tu trabajo aún con la adversidad en tu contra es valorable. O estúpido también, pero puta weón, ¿tirarían años de carrera porque en esta década los estudiantes están desevolucionando y por culpa de ellos terminarán trabajando de empaque en el super? Ni cagando. Pero aún así, con todo en contra, incluso sus propias convicciones, siguen, se levantan y le dan. Y terminan con cuadros psiquiátricos, como le pasó a varios.
En términos de infraestructura, para la fecha en que yo estudié ahí (2003-2006) se comenzaba a ampliar hacia la caleta con las salas para los "cursos piloto", ese maravilloso ejemplo de segregación interna en que se crearon cursos específicos para mateos y gente que sí tendría futuro. Yo no estuve ahí porque entonces me importaba una raja y ¿me arrepiento? Si, es posible, quizás no me habría llevado bien con los polluelos de esos cursos y por otra parte mi aprendizaje lento me habría perjudicado más que en los otros cursos, pero de todas maneras dudo que su "exclusividad" dentro de la inclusividad les salvara de una vida futura carente de emociones e inseparable de la laboral. Digo.
Pero la cosa era la infraestructura y era bien tembleque. La biblioteca era chica, aunque solo la usaban para jugar Mitos y Leyendas, las salas parecían de hospital antiguo (con algunos dibujos de profesores tomados de una hoja que me robaron [¡si, yo hice ese dibujo del Boris Jofré! ¡No me arrepiento de nada!]), la medialuna del fondo no tenía sentido, el patio inerte, baños inundados y el techado fácilmente podía servir para películas de zombies.
Respecto a servicios... recuerdo solo sacar provecho del comedor porque, a pesar de que varios estudiantes dependían del desayuno y el almuerzo del colegio, siempre había un déficit de weonaje y sobraban leche y pan con huevo revuelto. Ayumbri que maravilla, mejores recuerdos. Eso y las manzanas del almuerzo que usabamos para armar guerra con los cabros chicos de la Escuela Coquimbo. Lo demás ni lo recuerdo, nunca usé la biblioteca porque los libros me los compraba en la feria y los computadores nos ayudaron harto a insultar a un amigo por fotolog. Creo que eso.
Pasando al aspecto que he mencionado harto, que es la inclusividad, es donde me paro a aplaudir otra cualidad de muchas escuelas públicas: acercarnos a y crecer con gente con capacidades diferentes. Tuve un compañero ciego, habían hartos niños con trastornos de aprendizaje, sordomudos... como el staff de Katawa Shoujo pero en variado. Lo que pasa en ese ambiente es que, al ir creciendo con ellos y conociéndolos todos los días, dejas de tratarlos como si fueran guaguitas (cosa que se da mucho en gente vieja y otros desconectados de la vida) y los tratas más como personas de tu edad y que quieren lo mismo que tú, tanto pasarla bien como estudiar, así que el webeo era parejo. Otra cosa destacable es que, a pesar del apretado presupuesto de la educación pública, el lice tenía las herramientas para quien las necesitara. Todo era puro punche y amor a la educación de los pendejos culiaos malagradecidos.
Ya terminando esta excremeditación del recuerdo, pasemos a la libreta de notas para mi vieja alma mater, cuyas mesas rayé, muros mee y un basurero quemé:
Infraestructura: El liceo se despedazaba en varias partes, los baños podrían haber sido más presentables (y así hubiese meado menos en la medialuna), las salas podrían haber tenido mejores puertas y su biblioteca albergaba el fantasma de un huaso ahorcado (larga historia), así que mejorable. Tenía hartos recovecos donde gente que no era yo iba a atracar, donde otros se fugaban a la casa abandonada a fumar y donde gente que era yo iba a almorzar piola. Respecto a lo malo, no sé como estarán las cosas ahora, pero hasta el 2006 le doy un 4.
Calidad laboral: Como en todo establecimiento, hay profes buenos y profes como el culo. Buenos eran varios y son los que recordamos siempre. De vez en cuando uno me veía en la calle y me reconocía casi 10 años después, incluso las inspectoras y el famosísimo portero Caszely. Y todo comentario negativo que pudimos tener a ellos pasaron por el filtro de nuestro cerebro de adolescente aweonao que escuchaba Kudai. Un 6,5. Los del diferencial eran despreciables, pero eran pocos.
Calidad compañeril: Tuve la suerte de encontrar a un grupo de parias de otros cursos, todos menores que yo, que me acompañaron hasta que salí y, como dije, hicieron tolerable el paso por el segundo peor ciclo de la educación. Ya saben cual es el primero. Pero descontando a esos pocos y buenos cabros, el resto eran una mierda tras mierda, que empeoró cuando me fui y creo que mejoró en los últimos 10 años. Sigue pareciendo cárcel, pero los cabros no andan tan animales como antes, lo que descarta que el ambiente presidiario del interior influya en ellos. Un sólido 3,0.
Educacionamiento: Un ítem similar a la calidad laboral, pero no importa cuan bueno sea el profe como persona, sino cuanto de lo enseñado recuerdas. Recuerdo las clases de historia del Octavio, lenguaje del Edgardo Harley, biología del Jofré y la de filosofía de la despeinada, justo mis favoritas, así que puedo decir que sus enseñanzas calaron, fueron buenos profesionales y trascendieron. Pero la weá cuya carencia siempre se critica, que es la educación cívica y moral, nunca se vio, excepto cuando el Octavio nos dejó salir a marchar (2006, la revolución pingüina, pregúntenle a sus padres) no sin antes tirarnos una arenga sobre nuestros derechos como estudiantes. Al menos la profe de religión se interesaba cuando le decías que no harías su cagá de clase por pertenecer a otro credo. Le dije que era budista, que no haría nada y me cagó pidiendo que le explique a la clase que era el budismo. Menos mal que nadie pescaba. Un 5,9, le subo una décima así que un 6,0.
Aporte de Junaeb: Como dije, yo no necesitaba del apoyo de Junaeb, pero como otros sujetos preferían quedarse fumando pasta en la plaza en vez de tomar desayuno en el liceo, me comía su pan con huevo revuelto, su café con leche y esas galletas maravillosas que no puedo encontrar. Un 7,0.
La observación final es que me prometieron un infierno lleno de gandules y ladinos, pero si bien algo de eso vi, no era la mayoría y, como en la sociedad misma, solo eran elementos dentro de un sistema decadente pero no los representantes del total. Y como buen profe de su época, después del mamotreto me da paja calcular promedio, así que lo saco al ojímetro y digo "Diego Portales, ha sido usted promovido de cuarto medio a La Vida. Suerte allá afuera".
Una cosa rara de los buenos recuerdos es que no necesariamente deben estar edulcorados en su totalidad para que lo sean. Por ejemplo, tengo pésimos recuerdos de cuando llegué a ese liceo, de cuando continué en ese liceo y de cuando salí de ese liceo, pero tuve la suerte de que, con el tiempo, me hice de un grupo de amigos que hizo más tolerable las cimarras, los recreos y la salida de clases. Las clases per sé no, fui en puros cursos de mierda donde solo dos amigos me mantenían cuerdo. De hecho, ni me acuerdo como cresta sobreviví el primer año en que seguía siendo un extranjero (en términos absurdistas, obvio).
Un poco de historia y hechos antes de saltar en pelota a la piscina del recuerdo:
El liceo Diego Portales nace en 1955 como una iniciativa ciudadana de educar a los cientos de pendejos que pululaban su centro, posiblemente para evitar que sigan cogoteando a lomo de caballo, disfrazándose del hombre perro o copeteandose en la plaza de armas, entre otras tradiciones porteñas. Algo que pocos saben, como yo que no sabía, es que el liceo comenzó espiritualmente en el Insuco (donde entrai macho y salí nuc.. perdón, talla vieja, feliz día del orgullo LGTB+), hasta que el Rotary Club, el Club de Leones y otras asociaciones no masónicas hacen una vaquita y compran un terreno de 10 mil metros cuadrados con excelente ubicación, acceso al carretera, vista al mar y un pungente aroma a caleta. Sin contar con la visita ilustre de gaviotas y pelícanos.
Ya construido el liceo, la historia es fome. Luego llego yo.
Siguió siendo fome, no lo niego.
Antes de llegar al A-8, coincidentemente venía de un liceo vallenarino llamado A-7, por lo que los hados parecían auspiciosos al subirme el nivel. Craso error. Puta, que weón pensar eso si llegaba siendo nuevo a un tercero medio, a mitad del partido y conociendo a nadie más que mis amigos y compañeros de la básica de cuando vivía en Coquimbo (para cachar: Coquimbo-Vallenar-Coquimbo, ese es el ciclo). Aparte ninguno de mis compañeros/amigos iba en el mismo curso que yo, si las probabilidades en un liceo que tenía tercero medios de la A a la G eran super bajas. Así que chato de mis compañeros, las circunstancias y la vida, repetí ese curso.
Segundo tercero medio y mi mente se enfoca. Veo el panorama completo, la escena y la película, el árbol y el bosque.
A través de otros amigos o de vecinos, supe que el A-8 era el vertedero de la educación pública. Todo lo malo llegaba ahí y claro, si la matrícula era abierta y era un liceo inclusivo. Pero la misma mula me vendían en el de Vallenar y, si bien le achuntaron un poquito, no terminó siendo tan terrible como lo pintaban. De hecho, a mi hermana la cambiaron unos meses al industrial y vio correr cuchillos a la salida. Puro estigma a los liceos metralleta. Además el Diego Portales era pal hombre que aspiraba a la universidad y no quiso ir a uno técnico. De todas formas, quizás ninguno de los liceos a los que fui era un centro del conocimiento lleno de estudiantes bien peinados y con una pronunciación correcta, pero tampoco era un nido de yakuzas. No todos. Claro, habían psicópatas en mi curso y en los otros, como en cualquier liceo, supongo, y habían delincuentes reincidentes, pero muchos eran fruto de hogares horrendos. Conocí a uno, era una suerte de "amigo por alcance" al ser amigo del amigo de otro amigo, al que siempre agarraba pal webeo porque era chico y punga. Un día como cualquiera, en que no entré a clases y me quedé dibujando en el patio, se me acerca y después de una pasable conversa sobre profes y apuñalamientos, me muestra el arsenal de armas hechizas en su mochila. Esa clase de personajes no te los encuentras en la vida, no los conoces en un pub y se te hace amigo, no los conoces de verdad cuando eres cuico y vas a hacerle la casa al campamento ni los ubicas a la salida de un concierto. Los conoces ahí y en cierta forma agradezco haber compartido entre potenciales psicópatas y criminales ocasionales, porque fue ahí, aún a buena edad, en que los conocí por dentro. No voy a tirarme un discurso tipo Felipe Berríos ni nada, pero si lo veré por el lado de la sobrevivencia y puedo comprobar empíricamente que la enseñanza media pública me dio las herramientas para sobrevivir en las calles y saber responderle a un loco de pinta sospechosa cuando te machetea unas monedas. Al cogoteo no, para esa weá solo te prepara la cana. Si tení (mala) suerte, la pobla. Entonces, como les decía, los locos eran así porque otros weas fueron así antes que él y tenía que sobrevivir contra ellos. Los que vinieron después eran así de puro mono.
Otro elemento interesante observado en mi nueva fase fueron los profes, la mayoría ya en los cuarentas y cansados de la vida. Clásico en todas partes, pero en retrospectiva su pega aquí era mucho más pesada. Ya les conté como eran los estudiantes, como el pico. Y creo que en cualquier parte, continuar con tu trabajo aún con la adversidad en tu contra es valorable. O estúpido también, pero puta weón, ¿tirarían años de carrera porque en esta década los estudiantes están desevolucionando y por culpa de ellos terminarán trabajando de empaque en el super? Ni cagando. Pero aún así, con todo en contra, incluso sus propias convicciones, siguen, se levantan y le dan. Y terminan con cuadros psiquiátricos, como le pasó a varios.
En términos de infraestructura, para la fecha en que yo estudié ahí (2003-2006) se comenzaba a ampliar hacia la caleta con las salas para los "cursos piloto", ese maravilloso ejemplo de segregación interna en que se crearon cursos específicos para mateos y gente que sí tendría futuro. Yo no estuve ahí porque entonces me importaba una raja y ¿me arrepiento? Si, es posible, quizás no me habría llevado bien con los polluelos de esos cursos y por otra parte mi aprendizaje lento me habría perjudicado más que en los otros cursos, pero de todas maneras dudo que su "exclusividad" dentro de la inclusividad les salvara de una vida futura carente de emociones e inseparable de la laboral. Digo.
Pero la cosa era la infraestructura y era bien tembleque. La biblioteca era chica, aunque solo la usaban para jugar Mitos y Leyendas, las salas parecían de hospital antiguo (con algunos dibujos de profesores tomados de una hoja que me robaron [¡si, yo hice ese dibujo del Boris Jofré! ¡No me arrepiento de nada!]), la medialuna del fondo no tenía sentido, el patio inerte, baños inundados y el techado fácilmente podía servir para películas de zombies.
Respecto a servicios... recuerdo solo sacar provecho del comedor porque, a pesar de que varios estudiantes dependían del desayuno y el almuerzo del colegio, siempre había un déficit de weonaje y sobraban leche y pan con huevo revuelto. Ayumbri que maravilla, mejores recuerdos. Eso y las manzanas del almuerzo que usabamos para armar guerra con los cabros chicos de la Escuela Coquimbo. Lo demás ni lo recuerdo, nunca usé la biblioteca porque los libros me los compraba en la feria y los computadores nos ayudaron harto a insultar a un amigo por fotolog. Creo que eso.
Pasando al aspecto que he mencionado harto, que es la inclusividad, es donde me paro a aplaudir otra cualidad de muchas escuelas públicas: acercarnos a y crecer con gente con capacidades diferentes. Tuve un compañero ciego, habían hartos niños con trastornos de aprendizaje, sordomudos... como el staff de Katawa Shoujo pero en variado. Lo que pasa en ese ambiente es que, al ir creciendo con ellos y conociéndolos todos los días, dejas de tratarlos como si fueran guaguitas (cosa que se da mucho en gente vieja y otros desconectados de la vida) y los tratas más como personas de tu edad y que quieren lo mismo que tú, tanto pasarla bien como estudiar, así que el webeo era parejo. Otra cosa destacable es que, a pesar del apretado presupuesto de la educación pública, el lice tenía las herramientas para quien las necesitara. Todo era puro punche y amor a la educación de los pendejos culiaos malagradecidos.
Ya terminando esta excremeditación del recuerdo, pasemos a la libreta de notas para mi vieja alma mater, cuyas mesas rayé, muros mee y un basurero quemé:
Infraestructura: El liceo se despedazaba en varias partes, los baños podrían haber sido más presentables (y así hubiese meado menos en la medialuna), las salas podrían haber tenido mejores puertas y su biblioteca albergaba el fantasma de un huaso ahorcado (larga historia), así que mejorable. Tenía hartos recovecos donde gente que no era yo iba a atracar, donde otros se fugaban a la casa abandonada a fumar y donde gente que era yo iba a almorzar piola. Respecto a lo malo, no sé como estarán las cosas ahora, pero hasta el 2006 le doy un 4.
Calidad laboral: Como en todo establecimiento, hay profes buenos y profes como el culo. Buenos eran varios y son los que recordamos siempre. De vez en cuando uno me veía en la calle y me reconocía casi 10 años después, incluso las inspectoras y el famosísimo portero Caszely. Y todo comentario negativo que pudimos tener a ellos pasaron por el filtro de nuestro cerebro de adolescente aweonao que escuchaba Kudai. Un 6,5. Los del diferencial eran despreciables, pero eran pocos.
Calidad compañeril: Tuve la suerte de encontrar a un grupo de parias de otros cursos, todos menores que yo, que me acompañaron hasta que salí y, como dije, hicieron tolerable el paso por el segundo peor ciclo de la educación. Ya saben cual es el primero. Pero descontando a esos pocos y buenos cabros, el resto eran una mierda tras mierda, que empeoró cuando me fui y creo que mejoró en los últimos 10 años. Sigue pareciendo cárcel, pero los cabros no andan tan animales como antes, lo que descarta que el ambiente presidiario del interior influya en ellos. Un sólido 3,0.
Educacionamiento: Un ítem similar a la calidad laboral, pero no importa cuan bueno sea el profe como persona, sino cuanto de lo enseñado recuerdas. Recuerdo las clases de historia del Octavio, lenguaje del Edgardo Harley, biología del Jofré y la de filosofía de la despeinada, justo mis favoritas, así que puedo decir que sus enseñanzas calaron, fueron buenos profesionales y trascendieron. Pero la weá cuya carencia siempre se critica, que es la educación cívica y moral, nunca se vio, excepto cuando el Octavio nos dejó salir a marchar (2006, la revolución pingüina, pregúntenle a sus padres) no sin antes tirarnos una arenga sobre nuestros derechos como estudiantes. Al menos la profe de religión se interesaba cuando le decías que no harías su cagá de clase por pertenecer a otro credo. Le dije que era budista, que no haría nada y me cagó pidiendo que le explique a la clase que era el budismo. Menos mal que nadie pescaba. Un 5,9, le subo una décima así que un 6,0.
Aporte de Junaeb: Como dije, yo no necesitaba del apoyo de Junaeb, pero como otros sujetos preferían quedarse fumando pasta en la plaza en vez de tomar desayuno en el liceo, me comía su pan con huevo revuelto, su café con leche y esas galletas maravillosas que no puedo encontrar. Un 7,0.
La observación final es que me prometieron un infierno lleno de gandules y ladinos, pero si bien algo de eso vi, no era la mayoría y, como en la sociedad misma, solo eran elementos dentro de un sistema decadente pero no los representantes del total. Y como buen profe de su época, después del mamotreto me da paja calcular promedio, así que lo saco al ojímetro y digo "Diego Portales, ha sido usted promovido de cuarto medio a La Vida. Suerte allá afuera".
En memoria de los profes e inspectores que aún continuan, que se retiraron
y aquellos que partieron hace unos años. Para quienes tenían esperanzas en mí, lol perdón.
notable tu critica jajajaja
ResponderBorrarPensé que habría pura bronca al liceo cuando empecé, pero se ganó sus porotos y buen promedio ese antro de Paty Maldonados y Comeniños
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